Cuando reflexiono sobre los dos meses que pasé en Sevilla, no puedo dejar de sentir un montón de gratitud. Pienso en el momento que llegué a la ciudad, miedosa
pero emocionada.
pero emocionada.
Pienso en mi señora, mi amiga, Toñi- una cocinera increíble, una persona amable, inteligente e inmensamente compasiva. Pienso en las aguas esmeraldas del Guadalquivir y el asombro que experimentaba cada vez que cruzaba el puente Isabel II por la belleza y la historia de los aguas del río y de la ciudad a la que miré. Pienso en los músicos que tocaban los instrumentos en las calles para todo el mundo disfrutar. Imagino las calles, llena de personas pasando tiempo juntas sin agenda, sin prisa y sin miedo. Imagino el sol vivo calentando mi cara y mi corazón. Recuerdo los detalles de la ciudad- las cerámicas, la arquitectura, los árboles de naranja, el olor de los azares, cada cosa hecho con mucho arte y cuidado. Pienso en el orgullo de los sevillanos por su ciudad, y el orgullo que experimentaba también por Sevilla, inmensamente agradecida que tenía la oportunidad para vivir allá. Recuerdo el sentido de seguridad inmenso que experimentaba mientras que esté en Sevilla- una seguridad que no podría imaginar que experimenta afuera de mi hogar en Estados Unidos. Pienso en todo y el sentido de gratitud me recorre. Lo echo de menos a todo mucho, cuando pienso en Sevilla y los mejores dos meses de mi vida, mis pensamientos son agridulces pero nunca parara estando agradecida por Sevilla y todo lo que me daba.
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